Una mujer honra la decisión de su marido de donar y ayuda a salvar cuatro vidas

“Me gusta saber que hay una parte de él en cada persona que ayudó a salvar.”

María y Arturo le dieron la bienvenida a su primera hija, Sidney, en 1997, y después tuvieron tres más, Arlene, Stephanie y Kimberly.

A lo largo de su vida, Arturo Rubio tuvo que tomar muchas decisiones difíciles. Pero algunas fueron fáciles para él, como la de registrarse como donador de órganos y tejidos y exhortar a hacer lo mismo a todos sus conocidos.

“Él llegó a Chicago y de inmediato sacó su licencia y se registró para ser donador de órganos y tejidos”, relata María Rubio, esposa de Arturo. “Él quería darles a otros una segunda oportunidad en la vida.”

Veintitrés años después, a los 47, la altruista decisión de Arturo de registrarse como donador le salvó la vida a cuatro personas que estaban esperando un trasplante de órgano.

El 18 de julio de 1998, dos años después de haberse ido a vivir a los Estados Unidos, Arturo y María se casaron y continuaron juntos su jornada basada en la fe y el amor.

Decisiones difíciles

Arturo conoció y se enamoró de María en su estado natal de Michoacán, México. Aunque ya se habían visto en varias ocasiones, ellos se conectaron en un baile del pueblo y, según dijo María, “así se selló su destino”. Pero Arturo tenía el plan de entrar en el seminario y, aunque ambos sentían una fuerte conexión, el deseo de Arturo de ser sacerdote era poderoso.

Así que decidieron separarse. Arturo entró en el seminario y María se fue a estudiar enfermería.

“Traté de seguir adelante con mi vida”, señala María. “Salí con otras personas, estudiaba y trabajaba. Pero sufría. Aunque lógicamente sabía que nuestro amor era imposible, siempre tuve esperanza”.

Arturo era querido, respetado y apoyado en su pueblo natal pues era un joven ejemplar. Era generoso, amable y le encantaba ayudar a los demás. Su familia y todo el pueblo ya lo veían como sacerdote.

María pensó que sería mejor irse a vivir a Estados Unidos, así que decidió iniciar una nueva vida en Chicago. Pero antes de irse, su camino volvió a cruzarse con el de Arturo, en un evento en el pueblo con motivo de la visita del arzobispo.

María finalmente se fue a Chicago, pero no iba sola. Iba embarazada de la primera hija que tendría con Arturo. Arturo dejó el seminario, obtuvo su visa y alcanzó a María en Chicago poco después de que ella había llegado. Los dos empezaron a trabajar duramente para criar su familia y hacer su vida juntos, muy lejos de su patria y de sus seres queridos.

Elegir a la mujer que amaba y formar una familia con ella en lugar de ser sacerdote fue una decisión en extremo difícil para Arturo; para María era doloroso verlo batallar con eso. “Lo que me importaba era él y lo que la gente diría de él, no lo que pensaran o dijeran de mí”, recuerda ella.

Construyendo juntos

María y Arturo recibieron a su primera hija, Sidney, en 1997 y se casaron el 18 de julio de 1998. Tuvieron tres hijas más: Arlene, Stephanie y Kimberly.

Al igual que algunos inmigrantes, María y Arturo batallaron, pero formaban un excelente equipo. Arturo trabajaba duramente y nunca se quejaba; cuando no estaba cansado se iba a bailar con María.

“Nunca dejamos de salir en citas a bailar”, afirma María. “Y también íbamos al cine. Aun cuando se sintiera agotado, él quería que la pasáramos bien. Extraño sus atenciones. Siempre tenía tiempo para todo y para todos”.

Pero María se daba cuenta de que algo le faltaba a Arturo. Parecía haber un vacío en su vida, que antes estaba lleno con sus estudios en el seminario y Dios.

“Encontramos una iglesia en la que él ayudaba en diferentes actividades”, revela María. “También le dieron la oportunidad de enseñar el catecismo a los niños. Se inscribió en un curso de liderazgo pastoral y después se hizo diácono”.

Arturo empezó a sentir más equilibradas las cosas. Incluso participó en un proyecto para construir una iglesia en su pueblo natal. Tenía el plan de ir a Michoacán para la inauguración pero falleció antes del viaje.

En honor a su ser querido

El 15 de febrero de 2019, Arturo estaba reparando el techo de un negocio local. María recuerda que esa tarde recibió dos llamadas; la primera de Arturo para hablar de los planes para cenar y la segunda, cosa de hora y media mas tarde, fue del supervisor de Arturo para avisarle que su marido había sufrido una caída devastadora.

Al día siguiente, los médicos le pronunciaron a Arturo muerte cerebral y María honró su decisión de donar órganos y tejidos.

En febrero de 2020, María recibió una carta de la mujer que recibió el corazón de Arturo. Para ella fue un momento agridulce, pero ahora María espera algún día conocerla a ella y a las otras tres personas que salvó Arturo. Mientras tanto, ella quiere difundir el mensaje de los beneficios de la donación, pues siente que eso le dio cierto consuelo después de la dolorosa pérdida que sufrió su familia.

“Me sentí bien al leer la carta, pero eso no hizo que desapareciera el dolor de haberlo perdido”, afirmó María. “Me da gusto saber que ella le agradece a Dios por tener una nueva oportunidad de vivir y que se va a casar. Me gusta saber que hay una parte de él en cada persona que ayudó a salvar”.